La disciplina de las pequeñas cosas
(William Mcgregor Paxton-1869-1941)
En la oscuridad surge un rayo de
luz. No es el rayo de luz de Marisol, esa niña rubia, perfecta, que iluminó los
sueños de los muchachos del pasado. No es el rayo que no cesa que escribió
Miguel, nuestro Miguel, el poeta del chico que te quiso y te regaló sus libros.
No es el rayo que derribó al caballito que portaba al jinete del hombre de tu
infancia. No. Es un atisbo, apenas una esperanza límite, un solo instante, algo
etéreo, una llamada suficiente, un reclamo, un aviso.
Qué haríamos sin esa gente que
lanza un haz sobre ti y te construye, con una frase, un camino, un ideario, una
meta. Que te levanta en día nublado y despeja las nubes de un manotazo. Que
vuelca sobre la mesa el cofre de las desdichas y las aparta hasta convertirlas
en zumo de sueños realizables. Qué haríamos sin los que se llaman amigos y de
verdad lo son.
Traza en tu cabeza un sencillo
itinerario. Coloca pequeñas cruces rojas junto a las frases de lo que has
logrado. Camina sin dejarte entretener por los ruidos. Acércate a los ecos,
esos sí te sacuden el alma y te levantan. Deja atrás el perverso sonido de los
amantes del revuelo inútil. Ponte un sombrero. Golpea el suelo con tus pisadas, que se note que
andas, que se note que estás cumpliendo el rito cotidiano, único, difícil pero
cierto, de la disciplina de las pequeñas cosas.
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