Gente en sombras


(Foto Archivo C. L. B. )

No eres la única persona que, en ocasiones, sientes como un globo de luz se instala en tu garganta y te pide salir al exterior. Ese globo son las palabras, las quejas, los duelos, los sueños, las penas, las esperanzas. Todo lo que forma parte de lo que sentimos. Si eres una adolescente, ocultarás a tus padres esas sensaciones y te callarás casi todo. Entrarás en la era del silencio que terminará pasados unos años. Mientras tanto serán los amigos los que recojan esas emociones, los que hagan de contenedor de tus miles de problemas, reales o ficticios. Si eres una persona adulta, tendrás suerte si has logrado crear en torno a ti una red de afectos que escuchen siempre que lo necesites. Es verdad que existen personas que no tienen ninguna necesidad de contar su interior. Pero también puede ocurrir es que estas personas tengan poco que contar. O que procesen sus historias de una manera difícil de entender para aquellos que, como yo, creemos que la comunicación es la base del afecto. 

Joven o viejo, qué más da. Ese tropel de sensaciones que los seres humanos van atesorando, como la muestra palpable de que viven, puede retenerse inútilmente o puede convertirse en algo vivificador, en algo que allane los caminos. Hay creadores que utilizan esa energía precisamente para eso, para ofrecer a los demás obras que generen esperanza. Y hay quien lo plasma en su día a día, en esa vitalidad constante y necesaria que sale a la luz sin más remedio. Escojas la opción que quieras no deberías avergonzarte de formar parte de los ejércitos de la palabra, del apretón de manos, del abrazo o los besos. Mucho mejor esto que sentir la frialdad de quien no tiene nada que ofrecer, aunque nada pida. 

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