El rojo nunca miente


En las reuniones semanales de mis amigas fashion siempre sale a relucir el color de moda. El color de moda de los vestidos, de las uñas o de los labios. Ahora estamos con el ultravioleta, el futuro color de moda según Pantene. Pero, a pesar de que los diagnósticos varían, todas estamos de acuerdo con el rojo. El rojo de labios. El rouge eterno. Los labios rojos. Todas, todas, somos de labios rojos y pisar fuerte. 


Así nos va, dice una de mis amigas del club del glamour. Vanessa. Vanessa, que no quiere ser llamada Vane, ni siquiera querría ser Vanessa sino Anastasia o Edelmira, es firme partidaria de aparecer al exterior con toda clase de simulaciones. Opina que las mujeres nos exponemos demasiado al exterior, que vamos con los sentimientos en bandeja y que eso es la principal causa de nuestros fracasos. Vanessa opina que las mujeres fracasamos continuamente porque esperamos no fracasar nunca. Ella dice que el rojo es señal de valentía y que eso hay que guardárselo en la manga. Su teoría: las mosquitas muertas son las que viven bien, son brujas disfrazadas, las demás hacemos el tonto. 


Esa pretendida simulación permanente de la que Vanessa hace encendida defensa está en contra total de los principios que defiende Dora, mi otra amiga. Dora tiene un carácter muy fuerte, mucho más fuerte que nosotras y nos apabulla siempre con la última idea que se le acaba de ocurrir momentos antes. Sus convicciones profundas nos tambalean. No sé si en su vida fuera de este círculo reducido ella hace lo mismo pero me extrañaría que lo hiciera porque ni duraría en su trabajo ni duraría con su pareja. Claro que, como ella misma afirma con actitud dura y sin paliativos, vivir con Carlos es como hacerlo con una estatua clásica. Muy guapo pero muy frío. Dora está totalmente de parte de los rojos. Sin rojos ya es difícil hacerse respetar, afirma, así que vengan rojos a mí, por todas partes, es su lema. 


Yo que no soy tan ecologista como Dora ni tan políticamente correcta como Vanessa no sé a qué carta quedarme. Hay días de rojos y días de rosas. Los días de rojo quiero brillar, que mi luz resuene como si fuera una zapato de tacón de Manolo Blanik. Otros días, los rosas, quiero pasar desapercibida, meterme en mi concha y no asomar la cabeza. Hundirme en el anonimato y que nadie me pregunte nada. No soy el equilibrio entre dos caracteres opuestos, más bien el miedo a sacar mi propio carácter. Si pongo en la balanza estar con Dora y Vanessa un día en semana hablando de trapos, looks y colores, a ser como yo soy, prefiero lo primero. Incluso es que no tengo ni idea de cómo soy ni qué quiero. No tengo color. 

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