Carmen-Luz se confiesa


Mi amiga Carmen-Luz es muy reservada. No me preguntéis su nombre real por eso mismo. Es muy reservada y nunca cuenta sus emociones. Es capaz de aguantarse en una reunión de chicas y, cuando todas se han explayado, ella conserva esa mirada serena y ese silencio que nadie, nadie excepto ella, podría mantener. Por eso sus amigas no sabemos apenas nada de su vida interior, incluso exterior. Guarda como oro en paño sus secretos. Es una mujer enigmática. 

Pero incluso esta clase de mujeres tienen un día D y una hora H. El momento exacto en el que, si coincides con ella, es capaz de abrir el tapón de la botella y soltarlo todo. Porque llegas justo en el instante oportuno, porque está cansada de callar, porque algo se le remueve dentro, etc. Si la pillas entonces puedes estar segura de que Carmen-Luz se transforma en una planta abierta a pleno sol. Toda la verdad resplandece. 


Eso ocurrió hace muy poco. Coincidimos una tarde en la calle, nos sentamos en un café a descansar de las rebajas y....oh, milagro. Carmen-Luz recibió una llamada telefónica, se retiró un poco para hablar y, a su regreso a la mesa que compartíamos, la ira estallaba en su rostro. Y es una cara bastante poco expresiva, bastante anodina y bastante vulgar. La salvan los ojos, expresivos, grandes y muy inteligentes. Toda ella es inteligencia, aunque no va por ahí pregonándolo y su discreción a veces te confunde. Pero observa, calla y saca conclusiones como nadie. Y no pierde los nervios. Por eso no pude imaginar que un día, una tarde, contemplaría esta explosión volcánica. Carmen-Luz explicando airada, con frases entrecortadas y las lágrimas a punto de aparecer, una historia llena de posibilidades. Para un escritor, claro. 


Carmen-Luz dice estar enamorada de un tipo que la trata mal, del que tiene una dependencia casi morbosa y del que quiere alejarse sin conseguirlo. Es un tipo como hay muchos, de esos que hablan en plural y que no saben qué hacer con las mujeres, salvo meter la pata. Cómo se ha metido en ese berenjenal es algo que no le pregunté, me parecía excesivo. Y apenas me dejó pronunciar palabra. Su dolor lo llenaba todo. Estaba exhausta de soltar frases que para mí no tenían sentido y, luego, al final de la perorata, adjetivos que aplicaba sin dudarlo al individuo. Reconocí palabras malsonantes que nunca habían estado en su vocabulario y me sentí sin recursos para aplacarla. Eso sí, me prometí a mí misma que nunca diría nada de ese estallido. Y pensé que tenía mucha suerte de no haberme encontrado en mi camino a tipos como ese. Porque si Carmen-Luz había caído ¿qué mujer no caería?

(Todas las imágenes son de Jack Vettriano)

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